EL FRACASO DE LA II REPÚBLICA
Cuando el 14 de Abril de 1.934 España se acostó monárquica y despertó republicana, nadie pudo acertar lo que ocurrió después.
Todo comenzó tras el fracaso de los partidos monárquicos y la huida del rey Alfonso XIII a Francia, la República floreció en toda España a la velocidad de vértigo.
La monarquía recibió el tiro de gracia cuando todos la abandonaron, siete años de dictadura lo enemistaron con la nobleza y con sus políticos antes afines, que nunca entendieron que se echara en manos del ejército.
Primo de Rivera fue derrocado y ni Aznar ni Berenguer fueron capaces de paliar el creciente descontento, lo que precipita que Alfonso XIII convocase elecciones municipales para el 12 de Abril de 1.931
Nadie esperaba demasiado de aquellas elecciones, ni monárquicos n republicanos, pero, al menos y a diferencia de los monárquicos, estos llegaban unidos, fruto del Pacto de San Sebastián urdido y firmado por burgueses, nacionalistas y socialistas, tras el fracaso de la revolución de Jaca.
El 12 de Abril, domingo lluvioso, no fue un día tranquilo: en Madrid, varios jornaleros son detenidos por comprar votos, y diferentes actos violentos ocurren en otros lugares.
Por la tarde, ya con datos fiables, en el Ministerio de Gobernación, los monárquicos dan por perdido Madrid pero confían ciegamente en que arrasarán en las demás capitales y provincias.
Nada más lejos de la realidad, casi todos sus feudos van cayendo, uno a uno, tan solo unas pocas ciudades, Cádiz, Pamplona y Burgos, aguantaron el embate, es cierto que la monarquía, en general, gana en los pequeños pueblos, pero los revolucionarios arrasan en capitales de provincia.
Romanones no se lo acaba de creer hasta que ve los resultados del rico distrito del Palacio Real ¿Como es posible que todos aquellos que crearon negocios y se enriquecieron a la sombra del poder durante años, abandonen al Rey?
El desconcierto, mientras, se ha apoderqado del gobierno, por una parte Berenguer, ex jefe del Ejecutivo y ministro de Defensa, manda, de madrugada, un telegrama a las capitanías generales de las provincias anunciando que los monárquicos han perdido las elecciones, a la vez que les aconseja que sigan la «voluntad nacional», lo que propicia que surjan rumores de golpe de estado.
Por la mañana, vuelven los disturbios a los barrios obreros, es lunes y no hay periódicos, tan solo la Hoja Oficial con datos falsos en favor de los monárquicos que encolerizan a los republicanos.
Esa misma mañana, sobre las diez, Aznar entra en Palacio para presidir el Consejo de Minisros .
Reunión muy tensa, De la Cierva quiere resistir , Romanones y los demás por tirar definitivamente la toalla, ya que las respuestas al telegrama de Berenguer se unen al pesimismo general. El Ejército ha dejado de sostener a la monarquía.
Cuando el Rey, sabiendo que su ministro de Trabajo, Gabriel Maura tiene en su hermano Miguel un líder republicano, quiere llevarle un mensaje a través de un emisario, el marqués de Cañada.
El Rey, lo que quiere es saber cuales son las pretensiones de los republicanos, pero aquella pregunta, que la realiza en casa de Miguel Maura donde estaban reunidos todos lo principales líderes republicanos no hace otra cosa que afianzar sus pretensiones viendo la debilidad del Rey.
Alfonso XIII no ha sabido jugar sus cartas, ha apostado fuerte y ha perdido.
A la hora en que acaban los espectáculos en Madrid, aparecen y van de mano en mano, miles de copias del Manifiesto del Comité Revolucionario, reclamando con urgencia la implantación de la República.
Esto, no hace sino enardecer a las masas que, gritando consignas republicanas, se dirigen hacia el domicilio del presidente Niceto Alcalá Zamora, erigido presidente del gobierno provisional de la República.
Son disueltos a balazos por la Guardia Civil.
Algo kafkiano comienza esa noche, cuando Romanones llama al dentista de Palacio, al dentista, nada menos, y le comenta que le diga al monarca que, dadas las circunstancias, debería ir redactando su renuncia. El más leal también le abandona y le sugiere que se vaya.
Como último recurso ante las multitudinarias manifestaciones, algunas violentas, el monarca llama al subsecretario del Ministerio de Gobernación y le pregunta si hay muchos alborotadores, a lo que Mariano Marfil contesta que sí y que cada vez hay más.
El Rey pergunta si gritan y qué gritan, si tan solo consignas republicanas o, lo que parece ser lo único que le preocupa, si gritan «Muera el Rey», Marfil le dice que no sabe lo que gritan, hay demasiado alboroto.
Ante eso, Alfonso XIII ordena que la guardia salga a la calle y despeje a los alborotadores, pero la contestación del subsecretario hiela la sangre del monarca cuando le oye decir que la guardia ya no obedece órdenes.
Alfonso XIII, cuelga el teléfono, pero no tarda mucho en volver a llamar a Mariano Marfil con la instrucción de que hable con gobernadores civiles y le informen del mejor camino para abandonar España «Lo mismo me da por un lado que por otro»
Tras unas desesperadas llamadas a todos los gobernadores, estos advierten del peligro. Todos menos el de Murcia que pone como condición que el Rey no se detenga en la ciudad que se dirija rápida y sorpresivamente al puerto de Cartagena.
Alfonso XIII es ya un apestado.
Y todos, Sanjurjo, Romanones y los demás, abandonan el barco antes de que se hunda.
Aquella madrugada, en Eibar se proclama la República tras izar su bandera ante las miradas de los guardias civiles atrincherados en su cuartelillo, tras Eibar, León, Barcelona, Sevilla, Vigo y por la tarde, Madrid.
Allí, ya por la tarde, Sanjurjo llama a la puerta del domicilio de Maura, donde estaba reunido el centro de la conspiración Republicana.
Cuando el propio Maura abre la puerta, Sanjurjo se cuadra ante él y dice «A sus órdenes, señor ministro»
La euforia estalla en casa de Maura, Largo Caballero, Fernando de los Rios, Casares Quiroga, Alvarez de Albornoz y Alcalá-Zamora, no tardando en aparecer los dos líderes que estaban en busca y captura, Alejandro Lerroux y Manuel Azaña.
Ya no hay nada que hacer, a la una y media, Alcalá Zamora ordena que el Rey salga de España antes de la puesta de sol.
Mientras, en Barcelona, Companys ha entrado en el despacho del alcalde y le ha obligado a entregarle la vara de mando.
A las dos de la tarde, Maciá entra en la plaza y, desde el balcón proclama la República del Estado Catalán.
Mientras, en Madrid, Maura y su séquito se dirigen hacia el ministerio de Gobernación, toca el cláxon ante el portón y cuando el retén de la Guardia Civil abre, con voz firme ordena «Paso al gobierno de la República»
Los guardias se cuadran y le presentan armas, como si hubiesen estado practicando el cambio de chaqueta desde hacía horas.
Al llegar al despacho, ordena a Marfil que se vaya, con estas palabras: «Amigo Marfil, aquí está usted de más en este momento».
«Me hago cargo, ahora mismo me marcho» contesta el subsecretario.
EL COMIENZO DEL FINAL
Mientras se forma el nuevo gobierno y se insta a todos los gobernadores civiles y militares para el traspaso de poderes, llega la noche y Maura sigue en su despacho, creyendo que el Rey sigue en Palacio, sin embargo, pasadas las cuatro recibe una llamada telefónica que le dice que el Rey acababa de embarcar en el Príncipe Alfonso con rumbo desconocido.
De hecho, el vehículo que le conducía se detuvo en el muelle de Cartagena y navegó hasta Marsella con el Rey en cubierta viendo por última vez aquella patria que no supo conservar.
Los errores de aquella República no tardaron en llegar, sus propuestas iniciales, con la nueva Constitución, se quisieron llevar a cabo de golpe y porrazo, sin meditar lo que ocurriría años después.
Estaba, España, gobernada por unos dirigentes demasiado a menudo irresponsables, cuando no extremadamente ineptos y miopes, preocupados de sus fobias personales, de otra manera ¿Cómo es posible que se llegase a detener a Azaña, líder espiritual de la República, por su participación en la insurrección catalana, o que Calvo Sotelo fuese vilmente asesinado por miembros de la Guardia de Asalto y militantes socialistas conocidos de Prieto?
Además, durante el período, se fueron suspendiendo repetidamente determinadas libertades, tales como la de expresión, manifestaciíon, opinión y prensa, hasta 100 publicaciones fueron cerradas, la nueva Ley de Orden Público resultó asfixiante y se aplicó en demasía, y llegó el Estado de Guerra, proclamado en 1934 para vivir permanentemente en estado de alarma.
Cuando el 18 de Julio los militares se sublevaron, los republicanos andaban buscando fórmulas para mantener el régimen, pero eran fórmulas que olían a viejo, dictaduras transitorias, gobiernos de concentración…, de manera que surgió un período de continua inestabilidad política y social, exactamente como lo que hoy está ocurriendo de nuevo.
EL NEFASTO QUINQUENIO
Ciertamente, el cambio de régimen suscitó ilusión, sobre todo en el campesinado y en las clases bajas, pero esa ilusión pronto fue traicionada por los radicalismos.
Las voces que, desde dentro, clamaban por la moderación clamaron en el desierto, y fue una lucha constante durante el quinquenio 1.931 / 1.936, lucha que ganaron los promotores de la revolución quienes, cegados por el exceso de euforia, dado que las cosas salieron mejor y más rápidamente de lo esperado, bastaron una elecciones municipales, unos recuentos de votos fraudulentos y una excesiva alegría interpretando la voluntad popular, a la vez que la celérica asunción de su derrota por los monárquicos.
Los radicales no quisieron dar tregua a los monárquicos dejándoles tiempo para que se reorganizasen, pero eso causó grietas en el seno del gobierno republicano.
Alcalá Zamora estuvo convencido desde el principio que no podía permitirse una República anárquica, sino que debían realizar su andadura de una manera «evolutiva, moderada, progresiva, pero dentro de un orden. El mismo Lerroux parecía aceptar esa vía.
Pero no fue así.
El Pacto de San Sebastián acordó, con el acuerdo de todas las fuerzas políticas republicanas, un programa general de gobierno, con la creación de unas cortes constituyentes, gantizar la libertad religiosa, acometer la reforma agraria y aceptar el derecho a la autonomía de las regiones que lo solicitasen.
Sin embargo, enseguida quedó demostrado que aquello era imposible ya que la República había sido proclamada por grupos con intereses muy dispares con proyectos divrgentes, así, los moderados, encabezados por Maura y Alcalá Zamora, que eran católicos, amantes del orden y enemigos convencidos de convulsiones políticas, se enfrentaron a los radicales de Azaña o marcelino Domingo, profundamente anticlericales y defensores de una república burguesa.
Los socialistas de Largo Caballero y Prieto, como siempre suelen hacer, se sentían permanentemente tentados de echarse en brazos de la ravolución, para ellos, es mejor apostar por caballo ganador.
Tenía que estallar por algún sitio, y estalló por el lado catalán, exactamente igual que ha ocurrido ochenta años después.
Maciá, más agresivo que Companys, se apresuró a proclamar el Estado Catalán, y aunque una delegación del gobierno desplazada a Cataluña calmo en principio los ánimos de Esquerra, lo cierto es que el llamado «problema catalán» planeó sobre el gobierno y no ha dejado de hacerlo desde aquellos años, situación que se incrustó en los vascos y que, también ha llegado hasta nuestros días, gracias al miopismo, intencionado o no, de los partidos españoles actuales.
Por su parte, los socialistas tampoco quedaron al margen de disputas internas y de surgimiento de posturas enfrentadas.
Prieto, que gozaba de gran respeto por todas las corrientes, se volvió premeditadamente ambiguo, sin hacer público si se involucraba en la revolución del 34. Él mismo supervisó el contrabando de armas destinadas a los mineros asturianos.
Por su parte, Besteiro nunca llegó a comulgar con el proyecto republicano, él era burgués y pudo haberse convertido en el salvador del régimen y evitar el desastre, aunque el ruido de sables era ya importante. Por último, Fernando de los Ríos que representaba el área ilustrada, liberal y humanista, era lejano a las bases por lo que nada pudo hacer ante las ansias revolucionarias del sindicato UGT adoptando una posición muy cercana al anarquismo de la CNT, con la que llegó a cooperar muy estrechamente, y de las juventudes socialistas, que acabaron uniéndose a los comunistas, renunciando a la legalidad.
A partir de ahí, la República se precipitó hacia el abismo dado que a todos los gobiernos, desde el provisional, el de Azaña, los de Lerroux, los de los conservadores o los frentepopulistas, las algaradas callejaras, los continuos y graves los disturbios, las huelgas y revueltas, incluso los muertos, se les hicieron insoportables
Crecieron las huelgas revolucionarias, y estas se conviertieron en revoluciones, motines, asaltos a cortijos, refriegas armadas y verdaderas batallas campales dado que en aque turbulento 1.934, los diferentes partidos, no solo la Falange, contaban con milicias preparadas para los enfrentamientos callejeros, tales como las juventudes socialistas, los escamots de Esquerralas juventudes de Acción Popular, la CEDA y, por supuesto, los anarquistas.
EL LAICISMO
Volviendo a 1.931, nadie sabía como calmar los crecientes ánimos revolucionarios, algo que se incrementó cuando el 9 de Mayo, apareció un decreto, que anunciaba la no obligatoriedad de la enseñanza religiosa, algo que puso a la Iglesia en guardia y que hizo que el sector más intransigente del clero, capitaneado por el cardenal Segura, comenzase a reclutar desafectos al régimen republicano, aunque, sin duda, lo que le dejaría estigmatizado, fueron los sucesos que se dieron durante la inaguración del Círculo Monárquico, con la asistencia de fieles pro Alfonso XIII para preparar las elecciones coonstituyentes.
Durante la reunión, sonó la Marcha Real, lo que desató la furia de los republicanos concentrados en las puertas de edificio. Los acontecimientos se precipitaros y los conventos y residencias de jesuitas en madrid fueron incendiados por las turbas.
El ministro de Gobernación, Miguel Maura, no obtuvo permiso inmediato para que la Guardia Civil interviniese. Al día siguiente, se supo que unos 100 edificios religiosos y monárquicos habían sido pasto de las llamas, no solo en Madrid, también en otros puntos de España.
Pero no fue el anticlericalismo lo que provocó el comienzo del fin, el propósito de la secularización del Estado, la enseñanza pública o la no obligatoriedad de impartir religión en las escuelas, no hubiese provocado lo que acontecería cinco años después, fueron los excesos, la violencia y los modos lo que enardeció a la oposición conservadora, tanto que incluso el presidente del Gobierno Alcalá-Zamora y Miguel Maura, dimitieron antes de que se aprobase el controvertido artículo 26 de la Constitución, que cerraba el grifo de ayuda estatal a las órdenes religiosas, a las que se impedía conservar y adquirir más bienes de los estrictamente necesarios para el cumplimieno de sus funciones.
Pero, sobre todo e insistiendo en ello, lo que más les enardecía era la prohibición de la enseñanza.
Azaña, cometió el grave error de creer que España gabía dejado de ser católica solo porque parte de la clase política sí lo deseaba, pero hasta Fernando de los Rios se mostraba comprensivo con la Iglesia y pensó que no hacía falta llegar tan lejos.
LA FALTA DE CONSENSO
La cuestión religiosa, pues, fue solo un ejemplo más de cómo se estaba edificando aquel régimen, y como ningún proyecto político tiene posibilidad de prosperar si no existe un amplio consenso de partida, consenso procedimental, el fín era irremediable.
El consenso procedimental exige que todos acepten aceptan y se someten a las reglas del juego.
Así, el texto aprobado el 9 de Diciembre de 1.931 no era integrador y se dejó fuera a un sector considerable de la sociedad, que no se sintió amparado por las leyes republicanas, pero menos aún lo fueron los partidos que formaron gobierno entre 1.931 y 1.933, que quisieron monopolizar el régimen, cerrándolo de facto a la inclusión de las derechas.
En el tema militar, otro gran error, el bochornoso traslado del general Sanjurjo desde la Dirección General de la Guardia Civil al cuerpo de carabineros de Sevilla, prodijo el primer aviso del Ejército, la «Sanjurjada» donde el protagonista no ocultó su su conmoción y hastío por los sucesos de Castilblanco, aldea extremeña, donde cuatro guardias civiles fueron salvajemente linchados y asesinados pot los lugareños cuando trataban de reprimir una protesta.
A gran escala, la escena se repetiría a principios de enero de 1.933, con un resultado muy diferente. La Guardia de Asalto acabó sin contemplaciones con la revuelta campesina de Casas Viejas. Ese sangriento suceso le sirvió a la derecha para cargar contra Azaña.
Con la Iglesia y el Ejército enfurecidos, la derecha acudió a su nicho de votantes más fieles y los que más temían la insurrección popular: los propietarios del campo, así, Gil Robles creó, primero, Acción Popular basado en religión, familia, orden y propiedad, y posteriormente, en 1.933, fundó la CEDA, gran partido aglutinador de las derechas.
La oposición de la izquierda durante los gobiernos cedistas fue irresponsable alimentando el hambre revolucionaria, así, mientrs gobernó la derecha, ERC y PNV se ausentaron del Parlamento y el PSOE amenazó con hacer lo mismo. Azaña puso varias veces en cuestión los resultados electorales, el gobierno de Esquerra, proclamó la independencia de Cataluña y se produjo la revolución de Asturias.
El Parlamento se bloqueaba con demasiada frecuencia dado el elevado número de partidos con representación, hasta 19 partidos obtuvieron escaños en las primeras cortes, el gran número de partidos facilitaba que surgieran programas maximalistas en los extremos.
Al final, las fuerzas de centro quedaron asfixiadas, reducidas y ninguneadas. En 1.936 apenas consiguieron 40 diputados. España estaba partida en dos.
España cabalgaba a lomos del enfrentamiento civil.
En definitiva, el periodo republicano constituyó la antesala de la Guerra Civil, enfrentando a los «tres Francisco», Largo Caballero, Franco y Giner de los Rios.
Eso es lo que ocurrió, pero parece que, hoy, las corrientes republicanistas han aprendido de los errores del pasado y no los volverán a cometer, ya nos encontramos en un largo período dictatorial.
No quiero finalizar sin traer las palabras de Gaziel uno de los periodistas más agudos de aquellos años, dadas las similitudes, peligrosas similitudes con lo que está ocurriendo en este siglo XXI:
«Si de la república han de estar ausentes las derechas, cuando mandan las izquierdas, y luego, cuando son las derechas las que gobiernan, las izquierdas han de enloquecer y lanzarse a la revolución, no habrá verdadera democracia en España. Como tantas otras cosas, la democracia aquí, no es más que un nombre de raices clásicas y de contenido extranjero.»
Textos tomados de:
Fernando García de Cortázar, Javier Redondo, Antonio Miguel Bernal, Julio Gil Pecharomán, Pedro Miguel Lamet, Gabriel Cardona, Stanley Payne.
Y algún que otro párrafo o comentario de este humilde escribidor.