Razón y Fe

Conviene, en primer lugar, dejar por sentado que intentar una discusión sobre la fe, probablemente no nos llevaría a ninguna solución aceptable, por lo que en absoluto es intención iniciarla con estas líneas.

La razón es otra cosa, ya que no creo que nadie pudiera dudar que ésta no es sino el fundamento que explica el porqué algo es como es y no de otro modo.

Ciertamente, esta es una definición «primaria» que puede englobar numerosas suposiciones, pero lo cierto es que entre las gentes siguen existiendo dos primados: el de la fe sobre la razón y el de la razón sobre la fe.

Y es, precisamente, en el aspecto teológico donde más se separan estos dos primados.

El verdadero creyente tiene que estar convencido de que aquello en lo que cree es la verdad absoluta, pero ocurre que, no solo un único grupo de creyentes de determinada religión y con sus propias tradiciones, cree estar en posesión de esa verdad sino que, por el contrario, otros grupos de otras religiones piensan lo mismo.

Luego, parece claro, que en las discusiones entre creyentes, la fe no puede ser criterio de Verdad, sino que más bien parece ser la razón el verdadero criterio.

Si Dios puede ser conocido, quiere ser conocido, entonces el creer frente al conocer es una forma deficiente e incompleta de acercarse a ese dios.

Ciertamente, la fe sola tiene su importancia, pero solo para los que no les es posible ascender por encima de ella para darse cuenta de que razón y sabiduría concuerdan en el conocer, mientras que fe sin conocimiento no suele conducir a nada razonable.

Lo que le falta a la fe es que, como tal, no puede ser criterio de verdad: la fe sola puede equivocarse, la razón nunca ya que la creencia puede contener verdad o falsedad, por eso la fe no hace distinción entre verdadero o falso (conviene que todo lo que es razonable sea verdadero), es decir que la fe cree sin dudar, mientras que la razón examina entre lo verdadero y lo falso.

La seguridad subjetiva que da la fe es tan poco garante de verdad como la apelación a la autoridad o al dogma: podemos, con más o menos facilidad, convencer con llamadas a hechos sobrenaturales o a dogmas eclesiásticos a determinados intelectos, si bien con otros, la referencia a la fe resultaría del todo inútil.

A título meramente personal, con la posibilidad de error que ello implica, pienso que a los representantes de las religiones quizás les convendría, de vez en cuando, dejar un poco de lado sus textos sagrados mientras buscan un consenso a través de la razón, aunque ya sé que el mismo Santo Tomás argumenta todo lo contrario cuando escribe: «Argumentar por autoridad es lo específico de la ciencia teológica», si bien tal aseveración difiere totalmente de uno de los más grandes e incomprendidos pensadores: Ramón Llull quien, en su Libro de Proverbios acierta plenamente cuando dice «Hon mes entens mes pots creure» (Donde más entiendes, más puedes creer).

Pero, no se si soy el único, mi razón se rebela ante la idea de que la fe está por encima de mi entendimiento y no necesita ser demostrada. Lo que realmente necesito es que me demuestren las verdades de la fe, pero llana y simplemente, sin elucubraciones vacías de contenido etiquetándolas de esoterismo, eso no es esoterismo, es simple desconocimiento.

Hay que poner la fe a disposición si alguien demuestra que lo que uno cree no es verdad, de la misma manera que no se debe compartir el que la demostrabilidad de los artículos de la fe destruya el «meritum fidei», ya que el verdadero creyente no debería pensar solo en sus méritos, sino en el fin fundamental para el que fue creado: no para alcanzar méritos, sino para conocer y amar a Dios.

Es posible que esta posición se vea obsoleta o anacrónica, cosa que por supuesto respetaré, aunque bien puede ser tan lícita y respetable como la de Santo Tomás que es diametralmente opuesta, aunque, de nuevo, particularmente prefiero compartir que fe y razón son dos momentos solidarios de un único proceso de conocimiento que parte de la fe, circula por la razón y vuelve enriquecido a la fe, lo que resulta una relación concreta y circular, de la misma manera que ese único proceso de conocimiento, puede parir de la razón y llegar de nuevo a la fe

Ciertamente pudiera ser asumible, de hecho lo es para muchos, que la razón busque su objeto por dictados de la fe y que la fe cabalgara sobre la razón, pero aquí no se trata de abolir la fe y sustituirla por la razón, sería indigno y desacertado, sino de buscar la inteligencia de la fe, lograr que podamos convertirla en entender, es decir que el contenido de la fe participe del razonamiento, aunque simplemente fuera para gozar del placer intelectual de entender, ya que aquel que mejor entiende hace crecer su fe, mientras que por el contrario, una fe que no se quiere entender no es posible que crezca.

Sin dejar aparte el aspecto filosófico, conviene dejar claro que razón y filosofía no enriquecen la fe con conocimiento, sino con más conocimientos, con lo que obtenemos que no hay que dejar de creer, sino que se hace necesario conocer lo que se desconoce y entender lo que se cree, para alcanzar así la meta de ser mejor creyente porque se entiende lo que uno cree.

Con esto no quiero decir, ahondando en aspectos teológicos, que la razón pueda llegar a hacernos conocer totalmente a Dios, pero sí que nos ayuda a tener un concepto «estructural», es como cuando miramos un cuadro, sabemos que alguien lo ha creado, no nos hace falta mirar todos los cuadros del mundo para saber que alguien los creó.

Por lo tanto, conocer a Dios no es un conocer exhaustivo, sino un conocer reducido a la mínima capacidad del hombre, como tal, para conocer.

Definitivamente, el gran problema que se nos presenta es que el hombre común piensa poco, piensa sin profundidad y piensa sin método, no se da cuenta del enorme tesoro que posee: Poder pensar, poder entender y poder reflexionar, en una palabra: poder hacer uso de su inteligencia.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario